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"Caminando bajo el plan y los propósitos de Dios"

"Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios". Miqueas 6:8

Hablar de la misericordia de Dios es notar una de las muestras más grandes, inefables y trascendentes de su esencia como Dios.

Junto con el amor y la gracia, la misericordia son ese regalo de parte de un Dios grande hacia seres perdidos y sucios por el pecado como lo somos nosotros.

Si la paga de Dios fuera como la nuestra en muchas ocasiones, lo único que nos mereceríamos es la condenación y la lejanía por la eternidad de su persona y su presencia.

Pero es por su amor, por su gracia, por su inmensa misericordia que nosotros encontramos en él la salida para nuestra situación y condición espiritual.

Y decimos que la encontramos en Dios porque es él mismo quien prepara los mecanismos para que podamos ser reconciliados con él.

Toda la Palabra de Dios nos habla de su misericordia, pero como lo hemos estudiado en referencia a la gracia de Dios, la misma Escritura nos habla de la justicia de Dios, de la santidad de Dios, del celo profundo de Dios.

No podemos pensar que porque la esencia de Dios es amor, gracia, misericordia y justicia; podemos vivir nuestras vidas a nuestra manera.

Si bien las Sagradas Escrituras nos muestran la imagen de este Dios tres veces santo, la misma nos presenta el camino para que cada uno de nosotros pueda ponerse a cuentas con él, de manera que nada de lo malo en nosotros impida esa relación personal y especial con él.

Ese camino que tiene su origen en Dios mismo es la obra redentora, salvífica de nuestro Señor Jesucristo en la cruz del calvario.

Es por medio de él en donde nosotros encontramos la salida para nuestra situación. Necesitamos algo más que buenas intenciones para reconciliarnos con Dios.

Y la única salida es que podamos ser parte de su gloria, de su familia, de su reino.

Dice la Palabra de Dios que nada nacido de la carne puede heredar el reino de Dios, por lo que necesitamos algo ajeno y trascendente a nosotros mismos para poder permanecer frente a la presencia de Dios.

De allí que Jesús le dijo a Nicodemo, os es necesario nacer de nuevo. Este nacimiento del cual el Señor Jesús habla es un nacimiento espiritual, engendrado por el Espíritu Santo de Dios que es el que sella, separa y guarda para Dios.

Es la fe en aquel que derramó su sangre en la cruz el que nos abrió el camino para restablecer nuestra comunicación con Dios.

Al ser pagada nuestra deuda, al no estar bajo el yugo del pecado; es en donde nace la salida para que cada uno de nosotros pueda reconciliarse con el creador.

Es el sello de la nueva identidad y la nueva ciudadanía lo que nos habilita para gozar de la grandeza de nuestro Dios.

Es en esta entrega de la misericordia de Dios hacia nuestras vidas en donde encontramos la verdadera paz.

Dios vio que en nuestra condición, con el corazón endurecido y con la rebeldía propia de nuestro estado, nunca podríamos completar los requisitos para acercarnos a él.

De allí que su misericordia va de generación en generación ofreciendo el regalo de la salvación y la oportunidad para que todos los hombres, sin acepción de personas, de tribu, lengua y raza puedan unirse a él.

Este ejemplo de compadecerse por el débil y el necesitado que Dios nos da, es el mismo que nos demanda a que compartamos con nuestro prójimo que nos rodea.

Es un regalo que Dios no quiere que quede en nosotros solamente, sino que el mismo sea la característica, el sello identitario de su gran familia.

De allí las palabras del profeta Miqueas que nos anima a comenzar a mirar cada día con los ojos de Dios, a que podamos caminar bajo los principios espirituales dados por él, a representarlo con la dignidad que él merece.

A veces nos enredamos nosotros mismos en cargarnos con pesadas cargas que no solo nos complica nuestro peregrinar sino que las mismas estorban a los demás para que puedan conocer el mismo amor, la gracia y la misericordia de un Dios grande.

Nuestra verdadera adoración a Dios no es aquella que expresamos solamente con nuestras palabras y con nuestros buenos sentimientos, sino la que se refleja en obediencia y en la vivencia de los principios que Dios mismo instauró para los suyos.

Aquella famosa frase que dice: "Tus muchas palabras no me dejan ver tus obras", es muy cierta en algunas ocasiones.

Dios por eso nos simplifica las cosas desafiándonos a estas tres cosas: Hacer justicia, amar misericordia y humillarnos delante de él.

Qué diferente sería nuestro andar si esto fuera una realidad cada día.

¡Cuántos pleitos nos ahorraríamos si en cada situación aplicáramos la justicia y si amásemos misericordia como Dios nos enseñó por medio de su Hijo Jesucristo!.

¡Qué diferente veríamos el mundo si nuestra mirada la hiciésemos desde la perspectiva de Dios!

¿Será que Dios nos llama la atención para que cada día podamos humillarnos ante él para poder experimentar esto de lo que el Señor nos habla?

Nuestro mundo en la situación en la que se encuentra necesita hoy mismo hijos de Dios comprometidos a mostrar algo diferente a lo que el mismo experimenta cada día.

¿De qué manera el mundo podrá conocer del amor, la gracia y la misericordia de Dios sino por medio de su iglesia que es la que lleva las banderas de la libertad y la solución para el ser humano?

Desde tiempos de antaño: el hacer justicia, amar misericordia y humillarse ante el Señor; ha sido y es un gran desafío para todos aquellos que queremos identificarnos y caminar con Jesucristo.

¿Qué pasión y grado de misericordia hay en ti por los que caminan a tu alrededor sin Cristo?, ¿Respondes con tu estilo de vida a los parámetros de justicia, de misericordia y de humillación que Dios espera de ti?

Dios es un padre lleno de amor que cada día nos espera con los brazos abiertos para recibirnos y ofrecernos esa vida abundante que añora que tengamos.

No nos permitamos solamente experimentar las migajas y las miserias que este mundo con su filosofía hueca y efímera nos presenta a cada paso.

Levantemos nuestras alas espirituales para volar con los ojos de la fe y contemplar todo lo que Dios tiene para nuestras vidas.

Seamos sabios mirando cada día hacia el cielo eterno para contemplar la grandeza de Dios, y para gozar su misericordia y su gracia en todas las áreas de nuestras vidas.

En la gracia de aquel que se humilló a sí mismo para que nosotros seamos agentes de misericordia para los demás.


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