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"La disciplina correctiva de Dios nos capacita para intimar con él"

"Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad". Hebreos 12:10

El texto bíblico de esta semana denota la influencia educativa, correctiva y disciplinaria que los padres ejercen sobre sus hijos y el fin de la disciplina que Dios ejerce sobre los suyos.

Todo buen padre actúa irremediablemente en la formación del carácter de sus hijos. No en vano Dios ordena a que los mismos sean enseñados y reprendidos desde pequeños para que al crecer estén listos y preparados para obedecer al Señor.

La obediencia no es algo que se adquiere de un día para el otro, sino mas bien es el fruto un proceso formativo en el orden y la disciplina de aquellas áreas que se quiera enseñar.

Dios ordenó en su Palabra a que criemos a nuestros hijos en la disciplina y la corrección del Señor, porque será de esa manera en que los mismos estarán listos para recibir los mandatos de Dios en su madurez.

Nuestra naturaleza humana caída nos lleva a ir en contra de la autoridad de Dios, y por ende, de todo tipo de reglamentación que se interponga en nuestro paso.

En muchos casos la disciplina humana hacia nuestros hijos puede llegar a ser injusta, egoísta e innecesaria en ciertas ocasiones; porque podemos llegar a caer en el error de ejercer una disciplina social o cargada de nuestros propios fracasos y conveniencias; no porque lo deseemos de esa forma, sino porque al fin y al cabo es nuestra naturaleza la que nos lleva a actuar de esa manera.

Todo buen padre sabe que su hijo necesita disciplina; pero sólo en la gracia que Dios da a sus hijos la misma puede llegar a ser justa, oportuna y decisiva a la hora de la formación conforme a los propósitos de Dios.

La Palabra de Dios se toma el debido tiempo para enseñarnos cómo actuar a nivel familiar. A los esposos manda cuidar y amar a sus esposas. A las esposas que respeten a sus maridos, a los hijos que honren a los padres, y a los padres que no exasperen a sus hijos sino que los críen bajo los parámetros que Dios da.

Ahora, si nosotros siendo malos, por nuestra naturaleza humana dice la Biblia, sabemos dar cosas buenas a nuestros hijos; cuánto más nuestro Padre celestial no nos dará aquellas cosas que necesitamos, incluyendo la corrección.

A diferencia de la disciplina humana de los padres sobre los hijos, la disciplina de Dios nos prepara y capacita para gozarnos en su presencia y de su presencia.

Dios conoce y sabe cuáles son aquellas áreas en las que necesitamos ser corregidos, y para eso utiliza la disciplina en cada una de nuestras vidas en el momento y tiempo propicio para él, no el que creamos nosotros.

La disciplina en su significado más profundo da la idea de una serie de normas y de instrucciones para alcanzar un fin de madurez, de moralidad y de ética de una forma de vida y conducta.

Como humanos, por más que amemos a nuestros hijos con todo nuestro corazón, toda la disciplina, por mas buena que parezca, nunca podría compararse con la del Señor.

La disciplina del Señor es oportuna, justa y con propósitos espirituales y de crecimiento en nuestras vidas.

En el sentido bíblico la disciplina de Dios nos capacita para que nuestra espiritualidad sea renovada, sincera, íntegra y fresca para alcanzar el fin de ser presentados perfectos delante del Señor.

Es intencionalmente cambiar las conductas y actitudes que no agradan a Dios por un estilo de vida que esté bajo los parámetros y principios dados por él.

Dios nunca usaría la disciplina como venganza o castigo, ya que iría en contra de su esencia de amor. El fin y el propósito de la misma siempre será para nuestro bien y a nuestro favor, por más que durante el proceso pareciera ser el trago más amargo que se esté tomando.

El rey David experimentó ese proceso en su propia vida, ya que después de ser disciplinado por el Señor por la caída de su pecado, pudo experimentar la gracia, la justicia y el perdón renovador de un Dios grande y bondadoso.

El profeta Isaías. Al contemplar la gloria de Dios se dijo a sí mismo: "Hay de mí que soy hombre muerto, porque siendo un pecador que habita en medio de pecadores he contemplado la grandeza, la majestuosidad, la gloria y la santidad de Dios".

Pero es en ese momento en donde Dios mismo toma la iniciativa de permitir que Isaías participase de su gloria, y lo que hace es limpiarlo, purificarlo y prepararlo para que pudiera estar en su presencia.

Esa obra de purificación y redención es la que Cristo Jesús obró a nuestro favor en la cruz del calvario. Fue la sangre derramada en la cruz la que nos limpia de todo pecado y nos permite estar en la presencia de Dios de manera libre y sin mancha alguna.

En la obra de Cristo en la cruz encontramos que somos redimidos y declarados justos delante de Dios Padre.

El fin de la disciplina, como bien lo dice el autor de la epístola a los hebreos, es que seamos perfectos para gozar y participar de la santidad de Dios.

¿Cuál es tu reacción frente a la disciplina que Dios opera en tu vida? ¿Eres maduro o necio a la hora que Dios te plantea los cambios que requiere en tí?

Toda disciplina en el momento duele, incomoda y avergüenza, pero una vez superada deja resultados fructíferos de enseñanza y de sabiduría.

Dios encuentre en cada uno de nosotros un corazón dócil para que durante el proceso de santificación, no caigamos en el desaliento o en la rebeldía de no querer acceder a ella.

Como el apóstol Pablo desafiaba a los hermanos de Filipos, que sea el Dios de toda gracia el que continúe perfeccionando la buena obra que comenzó en cada una de nuestras vidas.

En la gracia de aquél que es poderoso para guardaros sin caída y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría.

Rev. Daniel A. Cali

Pastor

May 24, 2015


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