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"Somos lo que somos por la gracia de Dios"

"Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo". 1ra Corintios 15:10

El término de la palabra gracia tiene su origen en Dios mismo ofreciendo un favor inmerecido de manera libre y sin nada a cambio.

Detenerse a pensar en la gracia de Dios es contemplar el amor inefable de un padre hacia un hijo. Surge como un brazo de la esencia de amor de Dios.

El apóstol Pablo había experimentado en su propia vida el alcance de este favor de parte de Dios, que a pesar de su tradición religiosa y su enseñanza doctrinal severa, su manifestación de la espiritualidad era contrapuesta a la de un hijo de Dios.

Es interesante notar en la vida del apóstol al alto grado de frialdad espiritual al que se puede llegar sin dejar pasar por alto la hipocresía de una conducta religiosa.

Pablo en su encuentro con el Cristo resucitado se percató que una cosa era un estilo de vida desde el punto de vista religioso, y otra muy diferente a tener una relación estrecha y personal con el Dios vivo.

Al igual que el apóstol, en muchas ocasiones podemos llegar a caer en el grave error de pensar que somos algo por la familia a la cual pertenecemos, a la educación a la cual hemos accedido, o a las capacidades que hemos desarrollado con el tiempo.

Pablo sabía después de un largo peregrinar que era lo que era por la gracia de Dios. No eran sus capacidades, no era la familia a la cual pertenecía, no era su tradición religiosa altamente puntillosa y no era la educación profunda y sistemática de un excelentísimo maestro; sino la gracia de Dios que había reposado sobre su vida.

Él mismo sabía a donde había llegado con todo su apego acérrimo a la religiosidad en la cual había sido formado; a perseguir y a maltratar a los seguidores del Señor Jesús en la primera etapa de la vida de la iglesia cristiana.

Toda la educación y formación bíblica y teológica sin un encuentro con el Cristo resucitado es mera información adquirida que puede hacer llevar a una persona a creerse que es el poseedor y defensor de la verdad que tiene en sus manos.

Y si bien al llegar a Cristo encontramos que lo es todo, no es una verdad a la cual forzadamente nosotros debemos defender, sino que descansa en el autor mismo de dicha verdad, en Jesucristo.

La Palabra de Dios dice que él es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Dios es Dios, lo crea o no, lo acepte o no, lo defienda o no. Dios es y será por siempre Dios.

Y es este Dios eterno en amor, en verdad, en justicia, en misericordia, en gracia; el que nos llama para que podamos tener una relación íntima y especial con él.

Una relación que va más allá de meros activismos y demostraciones religiosas. Es un estilo de vida consciente, genuino y constante con el creador de los cielos y de la tierra.

Es el producto final de esa gracia que tiene su inicio y origen en la mismísima persona de Dios y que se manifiesta en nuestras vidas con el único fin y propósito de separarnos del mundo profano y caído, para atraernos al cobijo de su mano y de su familia.

Es uno de los grandes misterios que nunca podremos llegar a entender desde nuestra racionalidad humana, de cómo un Dios grande se dispone a amar a seres rebeldes, caídos y envueltos en el pecado.

La gracia de Dios en la vida del apóstol Pablo lo llevó a rendir su vida al servicio y a la entrega total.

De allí que afirma a los hermanos de Corinto: Soy lo que soy por la gracia de Dios y su gracia no ha sido en vano para conmigo.

Pablo no pudo, ni nadie puede, permanecer igual luego de un encuentro personal y genuino con el Cristo de la gloria.

Algo pasa, hay un antes y un después de ese momento. No solo cambia nuestra identidad espiritual que pasamos a ser hijos de Dios y miembros de su gran familia, sino que el sello del Santo Espíritu en nosotros nos lleva a mirar, a pensar y actuar conforme a su manera y no a la nuestra.

Y si bien la lucha interior con el viejo hombre que todo el tiempo nos quiere apartar de los caminos y preceptos divinos, Dios nos ofrece su ayuda para que esta lucha interior pueda ser ganada cada día yendo a la cruz del Señor Jesucristo.

Es en ese acto de reconocimiento de saber que en nuestras propias fuerzas no podemos vivir conforme a lo que Dios quiere, en donde comenzamos a dejar que sea el Espíritu Santo el que guíe nuestros pasos a seguir.

Y el Espíritu nos guía a la Palabra de Dios, en donde encontramos toda verdad que nos afianza cada día en la roca firme de Jesucristo.

La gracia de Dios en nuestras vidas no es en vano cuando las mismas se someten bajo su autoridad y para cumplir los propósitos que él tiene para cada uno de nosotros.

Cuan triste es pensar en recibir ese favor inmerecido de la gracia de Dios y seguir viviendo como si nada ha pasado.

Nadie puede permanecer ajeno a tomar una decisión luego de haber sido alcanzado por la gracia divina. Es una decisión de obediencia y de aceptación o de rechazo y de negación; no existen puntos medios.

Llegar a pensar que vivir y experimentar milagro tras milagro, y todo tipo de manifestación sobrenatural de Dios en ocasiones específicas en nuestras vidas es lo que Dios, no es símbolo de obediencia y de sometimiento al señorío de Cristo.

Sin sumisión en obediencia y dependencia al Señor Jesús, las experiencias son solo eso, experiencias. Aquellos que reposen en esta metodología necesitarán en cada situación conflictiva que Dios demuestre su poder para que no decaiga su fe.

Nuestra obediencia hacia él es una decisión que se sobrepone a lo que sentimos, pensamos o queremos. Es el reconocimiento en fe de su autoridad y soberanía en nuestras vidas.

No somos nosotros el centro sino Dios; y es solo en un estilo de vida de obediencia y dependencia de él, en donde se manifiesta la aprobación de parte de Dios para el crecimiento y desarrollo de nuestra fe.

La gracia de Dios es una realidad en nuestras vidas cuando somos movilizados a obrar y actuar en consecuencia de los propósitos suyos y no de los nuestros.

Y el propósito de Dios es que seamos antorchas que brillemos con su luz de amor, de gracia, de perdón y de misericordia; en medio de este mundo en donde las tinieblas del mal lo gobiernan de principio a fin.

¿Con qué intensidad está brillando tu luz en el lugar en donde te mueves día a día? ¿Es tu vida un fiel reflejo de la gloria, el amor, la gracia y la misericordia de Dios? ¿Es la gracia de Dios el motor que te impulsa a ser un fiel representante suyo hacia los demás; o solo acudes a ella para justificarte en cada caída y continuar viviendo en el estiércol del pecado?

Toda la Palabra de Dios, de principio a fin nos habla del amor y la gracia inefable de Dios hacia nuestras vidas. Y es en la entrega del Señor Jesús hacia este mundo, en donde ese amor y esa gracia están a nuestra disposición para acudir a ella cada vez que la necesitemos.

Pero la misma Palabra, en todo su contenido, nos habla de la santidad y la justicia de Dios; y que sin santidad nadie podrá verle ni permanecer en su presencia. Esta aclaración nos lleva a concluir que no podemos vivir como se nos da la gana conforme a nuestros deseos y pasiones de este mundo sabiendo que Dios es perdonador y que su gracia está siempre a nuestra disposición.

Dios nos ayude para que cada día podamos experimentar una relación estrecha y sincera con el Cristo de la gloria.

Que sea su inefable e infinita gracia la que nos impulse cada día a ser verdaderos instrumentos de bendición para los demás y que podamos cumplir con la tarea y el desafío al cual hemos sido llamados, de ser verdaderos embajadores suyos en medio de un mundo que tanto necesita conocer del amor y de la gracia de Dios.

Que como el apóstol afirmaba, es la gracia de Dios la que trabaja cada día en nosotros para poder llevar adelante la tarea.

En la gracia de aquél que nos impulsa a sembrar la buena semilla de las buenas nuevas de Jesucristo.


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