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"Solo en Cristo encuentro verdadera libertad"

"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu." Romanos 8:1

La Palabra de Dios nos enseña que solo en la obra redentora de Jesucristo en la cruz encontramos la verdadera libertad para nuestras vidas.

Todos nacemos por naturaleza pecadores, es decir, ajenos a la gloria y a la santidad de Dios.

Esto no fue el plan original de Dios para el hombre, sino más bien fue la consecuencia de la desobediencia de creer que podemos ser igual a Dios.

Es la muestra cabal de lo que hay en el corazón del ser humano: orgullo, soberbia y vanagloria.

Dios nos formó a Su imagen y semejanza para tener una relación especial con cada uno de nosotros.

Relación que decidimos descartarla al momento de desobedecer y hacer lo que nos parece a nosotros en vez de aceptar el plan de Dios para nuestras vidas.

La reacción primera de nuestros padres que le dieron la espalda a Dios es la misma que tenemos presente hoy a la hora de tomar decisiones.

No siempre lo hacemos en respuesta en obediencia a lo que Dios nos propone sino más bien lo que nosotros pensamos y creemos que es lo correcto, ignorando y despreciando la voluntad de Dios para nuestras vidas.

La carga del pecado y su desobediencia fueron la separación de Dios y la muerte eterna. Ese fue el propósito para el cual vino Jesús al mundo, a darnos esperanza y perdón a todos aquellos que quieran reconciliarse con Dios Padre.

Esta consecuencia de separación irremediable por medio de esfuerzos humanos, se ve solucionado en la nueva esperanza reveladora que el evangelio nos presenta.

Revelación que hace a uno no poder ser indiferente a la propuesta de parte de Dios; uno la recibe o la rechaza, pero no puede no hacer nada al respecto.

Para todos aquellos que hemos decidido aceptar la gracia y el perdón de parte de Dios por medio de la obra de Jesús en la cruz del calvario; este pasaje del apóstol Pablo nos anima a recordar la verdadera identidad que tenemos.

Somos hijos de Dios y no hay pasado que nos condene ni nos perturbe, porque el Señor saldó toda nuestra deuda en la cruz.

Y por cuanto hijos, miembros de la gran familia de Dios y ajenos a la condenación eterna del alma por no haber creído en el Salvador del mundo.

Muchos piensan erróneamente que la condenación repercute en la eternidad y no en esta vida.

Digo erróneamente, porque una de las primeras dichas que gozamos al llegar a Jesucristo; es encontrar la verdadera libertad para vivir la vida en su máximo esplendor mientras estamos de paso por este mundo.

En Cristo encontramos el perdón y el camino para que día a día disfrutemos la dicha de la vida.

Mientras no conocemos esa libertad estamos bajo el yugo de la esclavitud del pecado y de las consecuencias que éste acarrea.

¿O por qué tantas personas con tantos recursos de todo tipo no pueden gozar y encontrar el verdadero sentido a la vida?

Es que sin Dios estamos incompletos, porque él nos creó para tener una relación especial.

Pensar en vivir sin Dios es decidir rechazar Su amor y gracia; y vivir conforme a los propósitos del mundo que precisamente son opuestos a los de él.

Vivir sin Dios y lejos de Su voluntad puede resultar aparentemente más atractivo, más emotivo y más beneficioso; pero en la medida que empezamos a comparar las consecuencias de un estilo de vida y otro, nos damos cuenta que sólo con Jesús en el centro de nuestras vidas, las mismas toman sentido.

Hay dos maneras de vivir lo que la Palabra de Dios dice en la carne, es decir, lejos y en contraposición de vivir en el espíritu: Una es viviendo ignorando los propósitos de Dios porque nunca he tenido acceso a la verdad; y la otra es cuando aún conociendo la voluntad de Dios, decido por cuenta propia seguir sirviendo a esos deseos de la carne que van en contra a los de Dios.

Ambas decisiones acarrean consecuencias a causa de la desobediencia y la apatía hacia Dios.

A lo largo de este mes vamos a estar estudiando cuáles son aquellas obras de la carne que no solo nos separan de Dios, sino que no nos permiten gozar del verdadero sentido de la libertad.

Vivir en el Espíritu es vivir dejándonos moldear cada día por el Señor, es entender que necesitamos de su intervención para poder gozar de esa libertad genuina y verdadera para la que vino Cristo Jesús a este mundo.

Es entrar en ese proceso en donde entendemos que necesitamos que el Señor trabaje para sacar la basura y la escoria que está tan impregnada en nosotros por causa de nuestra naturaleza humana.

Como decía el salmista: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí."

Es esa lucha interior la que debemos vencer para estar preparados a ver la mano poderosa de Dios guiando nuestras vidas y trabajando en aquellas áreas que están tan lejos de él y que opacan, alteran y perturban nuestra realidad.

Dios no nos llamó a vivir bajo lazos de esclavitud sino a gozar la dicha de la libertad verdadera.

¿Cuánta plenitud de vida hay en tí hoy? ¿Cuentas con la seguridad que tu alma ha sido comprada para salvación eterna? Si todavía no estás seguro de eso, rinde hoy mismo tu vida al Señor Jesús, ábrele tu corazón y acepta Su gracia y amor para que desde hoy mismo comiences a experimentar esa vida abundante que él tiene para vos. Deja que el gran maestro eterno moldee tu vida para llegar a la perfección que él espera de tí.

Y como cuerpo de Cristo, desafiémonos a cada día intentar que Su mano poderosa y restauradora continúe obrando en nuestras vidas para poder alcanzar ese propósito.

Que como el salmista, en nuestra oración sincera podamos cada día decirle al Señor: "Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno".

Necesitamos que desde nosotros salga ese deseo de buscar esa intervención divina en nuestras vidas, aún cuando nuestra propia naturaleza quiera lo contrario.

Nuestra esperanza está en que Dios está interesado y dispuesto a poder hacerlo por amor a cada uno de nosotros.

En la gracia inefable de nuestro amado Señor y Salvador Jesucristo.

Rev. Daniel A. Cali

Pastor

Feb 01, 2015

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