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"Dios moldea mi vida para bien"‏

"El Señor cumplirá su propósito en mí. Tu misericordia, oh Señor, es para siempre. No desampares la obra de tus manos" Salmo 138:8

Cuando hablamos del término moldear, inevitablemente querramos o no, estaremos hablando de procesos de cambio y de adaptabilidad.

El término moldear da la idea de dar forma final a algo que necesita ser completado para alcanzar su fin.

Desde el punto de vista espiritual la idea es similar; Dios quiere ir moldeando nuestra vida cada día para que lleguemos al nivel de excelencia que espera de cada uno de nosotros, a la estatura de la plenitud de Su Hijo Jesucristo.

Si bien la propuesta divina está a disposición para que esta transformación sea una realidad en nosotros, precisamente es de nuestra parte muchas veces la imposibilidad y los pretextos no hacerlo.

El no querer dejarnos moldear por Dios denota que el problema no está en Dios sino en nosotros mismos. Nuestro orgullo y soberbia nos llevan a que nuestro corazón se endurezca de tal forma que pensamos que no necesitamos cambiar nada en nosotros; y para peor, nos autoconvencemos de que somos buenos y mejores que todos los demás que están a nuestro alrededor.

Y ese es el principio de un problema que emergerá a la luz, tarde o temprano, si no lo tratamos con la ayuda de parte de Dios.

Porque probablemente, siempre nos compararemos con otra persona bien diferente a nosotros, y que quizás con las luchas y problemas en muchas áreas; al evaluarnos, el análisis final sea que resultemos más maduros, creyendo que somos mejores que ellos.

¿Pero qué resultado daría el análisis de nuestras vidas si nos comparásemos con el Señor Jesucristo? Porque en realidad ése es nuestro modelo a imitar y a seguir.

La conclusión es que cuando nos presentamos en la presencia del Señor, toda nuestra vida queda desnuda delante de Él; y todas nuestras miserias y vergüenzas afloran y no las podemos disimular ni ocultar.

Es allí en donde nos damos cuenta que solo con la ayuda divina ese cambio puede ser una realidad en nosotros.

Muchos de los que caminan sin Dios y lejos del calor de la familia de la fe dicen: Los que están en la iglesia, son tan pecadores como los que están fuera de ella.

Y la verdad a la respuesta es que sí, todos nosotros, somos pecadores delante de Dios, desde el primero hasta el último; porque nuestra condición humana es esa.

Pero la gran diferencia entre uno y otro radica en que el que camina con el Señor, no solo tiene sus cuentas en cero porque la obra de Jesucristo limpió y lavó cada uno de sus pecados, sino que aún en el día a día puede sentir la mano de Dios que moldea su vida por medio de la obra del Espíritu Santo, que mora y actúa con poder divino.

Sin duda que todos nosotros, los que queremos caminar con Jesús, somos pecadores en recuperación. Desde el día que llegamos a Él, hasta aquel en que nos busque para estar a su lado en la eternidad.

Dios sabe nuestra condición, y por eso quiere trabajar en cada uno de nosotros.

El proceso de ser moldeado no es fácil, pero no imposible. Es más, Dios demanda ese proceso a cada uno de sus hijos.

Su amor como Padre es tan grande hacia cada uno de nosotros que no se conforma con lo poco o mucho que podamos ser, sino que quiere llevarnos siempre a lo mejor.

Como bien dice el salmista en el salmo 23: "tu vara y tu cayado me infundirán aliento". Es la vara correctiva de Dios la que trabaja y moldea nuestra vida para bien, y es el cayado de Dios que nos atrae hacia él cuando estamos alejados o perdidos por no querer caminar a su lado.

El apóstol Pablo también sabía de este proceso cuando le dijo a los hermanos de la iglesia de Filipos: "El que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará cada día hasta el retorno del Señor Jesucristo".

Es la misericordia y la fidelidad del Señor hacia cada una de nuestra vidas, las que hacen que Dios nos moldee en las áreas que él sabe que necesitamos ser trabajados.

A pesar de que el proceso no es placentero ni fácil, porque a veces Dios moldea áreas que nos incomodan o que nos estamos dispuestos a dejar, sabemos que el resultado final siempre será para bien y no solo saldremos nosotros enriquecidos sino que el nombre de Dios es glorificado cada día más en nuestras vidas.

¿Qué tal va el proceso de transformación de Dios en tu vida hoy? ¿Estás dispuesto a dejar que el gran creador trabaje en tí para llevarte al nivel de excelencia en cada área de tu vida?

Si bien Dios está dispuesto a hacerlo, somos nosotros los que le debemos permitir que esto sea una realidad.

¿Cómo sé con certeza si mi vida está pasando por un proceso de transformación o no? La respuesta es simple y compleja a la vez.

Simple cuando entendemos que la herramienta que Dios ha puesto a disposición para nosotros es la Biblia, la Palabra de Dios. Ella es la que nos corrige, nos guía y nos enseña los planes y propósitos de Dios para nuestras vidas; junto al trabajo del Espíritu Santo, que es quien convence de pecado, de justicia y de juicio.

Es allí cuando la Palabra encuentra terreno fértil para que la semilla germine y dé frutos de arrepentimiento verdadero.

Y compleja, porque el tema es que no nos alcanza con saber o conocer lo que la Palabra de Dios dice, sino más bien que esas enseñanzas se encarnen en nosotros y que nuestra vida se deje moldear por ella en todas las áreas.

Para eso es necesario pagar el precio de renunciar a vivir a nuestra manera y comenzar a vivir a la manera de Dios; es decir, siendo moldeados por Él.

La esperanza que tenemos es que el producto final es el que le expresa Pablo a Timoteo: "A fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra".

Ese producto final es el que Dios espera de nosotros para que podamos ser sus representantes y embajadores del mensaje de amor y de salvación por medio de la obra de Cristo Jesús.

Que en cada una de nuestras vidas, encuentre el Señor un corazón dócil para cumplir sus propósitos y que al ser transformados por el poder de lo alto, podamos brillar en medio de este mundo con tanta tiniebla, desesperanza y apatía por reencontrarse con el creador.

¡Dejemos que el gran alfarero nos moldee según sus propósitos eternos!

En Cristo Jesús, nuestro amado Salvador y Señor personal.

Rev. Daniel A. Cali

Pastor

Ene 11, 2015

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