top of page

Misiones...

"Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra." Hechos 1:8

En este mes de Noviembre seguimos como iglesia reflexionando, a la luz de la Palabra de Dios, las bases teológicas que avalan esta acción misionera de llevar las buenas nuevas del evangelio hasta lo último de la tierra.

Es una alegría y un gran privilegio saber que en este fin de semana vamos a estar renovando nuestros compromisos de fe y de ofrendas especiales para este ministerio tan especial en nuestra iglesia.

¿Por qué la iglesia debe ser parte ser parte de este desafío? Quizá la primera premisa que debemos tener en cuenta es que no es una opción o una posibilidad que la iglesia del Señor tiene para poder hacerlo o no; sino más bien la respuesta en obediencia y sumisión al mandato del propio Señor Jesucristo quien nos mandó a llevar estas buenas nuevas hasta el fin del mundo.

A instantes de dejar este mundo y ascender a los cielos de manera glorificada, nuestro Señor expresó sus últimas palabras para los discípulos que quisieran identificarse con él. Jesús dijo: "Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra."

¿Qué poder es éste del que habla el Señor? ¿cómo se adquiere? ¿quién tiene acceso al mismo? ¿cuál es su fin?. Éstas y otras preguntas más pueden salir al momento de leer este pasaje.

El poder del que Jesús habla es un poder sobrenatural, la palabra griega expresa que es una fuerza. Este poder, esta fuerza, no se puede adquirir con estudios intelectuales ni ser comprada como un objeto; sino más bien es la investidura divina del sello del Espíritu Santo de Dios en la vida del hijo de Dios, es decir, de todos aquellos que hayamos tenido un encuentro personal con Jesucristo, que hemos nacido de nuevo y que somos parte de la familia de Dios.

Ahora, ¿para qué el Señor nos ha dado este poder? Porque es necesario para poder llevar adelante la misión que él nos encomienda. No se puede ser un testigo por cuenta propia, hay poderes, hay luchas en las esferas celestes que no se pueden llevar a cabo en las fuerzas humanas. El poder que Dios nos ha dado es para tener victoria sobre el enemigo de Dios, satanás; y sobre sus huestes de maldad. Es poder sobre los recursos que utilizaremos para llevar adelante la misión, incluyendo nuestras propias vidas.

Ahora este poder que el Espíritu de Dios da al cristiano es para que pueda realmente ser un testigo del Señor Jesús: de su vida, su esencia, su ministerio, su entrega en la cruz, la victoria sobre la muerte y el señorío eterno de todo lo que existe.

Un testigo es una persona que ha visto algo y que está en condiciones de afirmar de manera certera su información. Es por eso que nadie puede hablar de ser un testigo de un Jesucristo amoroso, perdonador y victorioso si primero no ha experimentado en su propia vida el amor, la gracia y el perdón. La consecuencia de nuestro encuentro y andar con el Señor es lo que nos habilita para ser testigos de él.

Como veíamos en las reflexiones anteriores, no hay amor genuino a Dios si no hay sumisión y obediencia a él, y por ende, a los mandatos suyos. Nuestro amor al Señor Jesús no puede estar basado en emociones o en espera de algún favoritismo que podamos recibir de parte de él; ya que no sería genuino nuestro servicio en donde reconocemos que somos siervos a disposición de él.

El testimonio del cual el Señor nos manda a compartir es para todos, sin acepción de personas. Es por eso que el mandato comienza desde el lugar en donde estamos y hasta lo último de la tierra.

Como recordábamos en la reflexión de la semana pasada, una iglesia sana no prioriza un ministerio sobre el otro, pero sí cumple con cada uno de ellos. Es decir, para la iglesia del Señor es tan importante la proclamación del mensaje de las buenas nuevas del evangelio en el lugar en donde se sitúa, y desde allí hasta el fin del mundo, sin distinción de clases sociales, ni ideologías, ni culturas, ni nacionalidades, ni razas, ni lenguas, ni prejuicios, etc.

La misión de la iglesia rompe todas las barreras y las divisiones que el mismo hombre ha creado a través de los tiempos. El sello del Espíritu Santo nos capacita y nos da ese poder y esa autoridad necesaria para poder llevar adelante el trabajo misionero. Es más, podríamos decir que no hay posibilidades ni probabilidades de éxito en la tarea misionera desde el esfuerzo humano.

Es el Espíritu Santo el que sella, aparta, confirma, capacita, acompaña y envía a cada testigo para poder llevar adelante esta prestigiosa y trascendental representación. El apóstol Pablo más adelante desarrolla en sus epístolas esta idea diciendo que somos colaboradores, servidores y embajadores del Señor.

¡Qué privilegio!, y a la vez: ¡Qué desafío!

Este poder y fortaleza sobrenatural que Dios da a sus hijos no es para que nos creamos mejores o superiores a los demás, sino más bien para capacitarnos con el armamento necesario para poder llevar adelante esta representación. Esta representación que va en contra de los principios de este mundo, que va en contraposición a las huestes y fuerzas del mal, y que va en contra de nuestra propia naturaleza caída que todo el tiempo quiere alejarnos de Dios.

El testigo no puede simular, no puede dar lo que no tiene. Debe no solo estar capacitado y envestido del poder de Dios sino también en condiciones de obediencia y santidad para que su labor sea efectiva.

Cuando nuestro corazón late al ritmo del de Jesús, entonces veremos las multitudes que nos rodean y sentiremos ese dolor que Jesús expresó en esas palabras cuando dijo: "Andan como ovejas que no tienen pastor". Ovejas que están solitarias y expuestas a todo tipo de peligros. Por eso la carga de Jesús se convierte en nuestra carga.

Nuestro testimonio debe estar basado solo en mostrar la naturaleza de Dios, es decir, de su amor y compasión a un mundo que necesita reconciliarse con él.

Que realmente este poder que mora en cada uno de nosotros nos movilice hoy más que nunca a compartir las buenas nuevas de Jesús a cada persona que día a día están a nuestro alrededor y todavía no han tenido un encuentro personal con él, y que por medio del esfuerzo misionero de miles de hermanos y hermanas que por todo el mundo siembran la buena semilla esperando ver los frutos en abundancia.

Que sea una realidad en nuestras vidas, que como dijeron con denuedo Pablo y Bernabé en unos de sus históricos discursos de proclamación del evangelio: "Porque así nos ha mandado el Señor, diciendo: Te he puesto para luz de los gentiles, a fin de que seas para salvación hasta lo último de la tierra".

¡Que podamos continuar mostrando al mundo este gran poder!

Dios nos bendiga y capacite día a día para poder llevar adelante esta tarea.

Rev. Daniel A. Cali

Pastor

Featured Posts
Recent Posts
Archive
Search By Tags
No hay etiquetas aún.
Follow Us
  • Facebook Basic Square
  • Reflexión de YouTube
bottom of page