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"Cumpliendo con la misión encomendada"

"¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueron enviados...?" Romanos 10:14-15a

La semana pasada reflexionamos en la importancia de ser un siervo genuino en las manos de Dios para poder llevar adelante y cumplir con el propósito que Dios tiene para nuestras vidas; el de ser sal y luz en un mundo que tanto necesita de los parámetros divinos.

En la meditación de esta semana queremos detenernos a examinar con diligencia el profundo pensamiento teológico práctico que el apóstol Pablo nos expresa en este texto de la epístola a los Romanos.

El término misión, o gran comisión, lo definimos como la tarea de la iglesia cristiana de llevar el mensaje restaurador, renovador y lleno de esperanza que expresan las buenas nuevas del evangelio de Jesucristo a cada persona en cada rincón de este mundo.

Cuando uno mira el desarrollo misionero de la iglesia a lo largo de la historia, nos encontramos con que después de dos milenios completos y algo más; el mismo todavía no ha llegado hasta el fin del mundo, y por ende, a todas las comunidades, pueblos y etnias. Pero lo más preocupante aún, no sólo es el hecho de que todavía no se ha alcanzado la meta que el Señor mismo nos impuso, sino que cuando miramos la agenda de la iglesia hoy, no en todas hay un latir profundo, una carga para poder completar esta tarea.

Si hiciésemos un examen teórico del asunto, quizás la gran mayoría responda acertadamente, con base bíblica y hasta con una teología correcta; pero la dura realidad muestra que entre el saberlo y el hacerlo hay un trecho bien grande; y ese trecho se llama "obediencia".

Damos gracias a Dios porque hay muchas comunidades de fe, que de manera conjunta con otras iglesias hermanas, o con alguna denominación, o de manera individual; son parte de este desafío. Pero hay otras tantas, quizás las más, que no son partícipes aún y ni siquiera lo ven como algo urgente, lo que les lleva a no tenerlo como parte de su agenda. Esta actitud no sólo les lleva a estar en falta delante de Dios, sino a no utilizar de manera correcta los recursos dados por él.

La proclamación de las buenas nuevas del evangelio son para todos, para los que están en la comunidad en donde me congrego, y para los que están lejos geográficamente de mi lugar y de mi propia realidad contextual en donde desarrollo mi vida. El desconocimiento, la ignorancia y la apatía no me eximen de mi responsabilidad delante de Dios.

Todos nosotros somos el fruto del trabajo y del esfuerzo de miles de hermanos, que de manera mancomunada unieron recursos, tiempo y esfuerzos para compartir con nosotros esta dicha gloriosa del evangelio. Ellos entendieron la dinámica de la misión y la pusieron por obra. ¡Gracias Señor por la vida de cada uno de ellos!

¿Cómo no vamos a responder en gratitud para con Dios ahora en compartir este gran regalo con aquellos que todavía ni siquiera saben que existe?

Esta mirada profunda de la misión de Dios nos lleva a hacernos una pregunta muy básica: Si soy un siervo a disposición del Señor y quiero agradarle con mi vida, ¿de qué manera estoy siendo partícipe en esta encomendación que él mismo ha hecho?

El apóstol Pablo nos ayuda a ver y a entender este gran proyecto en este pasaje de romanos. No todos tenemos la misma función dentro de la misión, pero sí todos tenemos la misma responsabilidad. Algunos serán los que van a llevar el mensaje a los lugares en donde todavía no se conoce, otros serán los que envían y otros los que preparan y capacitan a los que van a ser enviados; pero todos somos parte de un mismo equipo y respondemos a un mismo Señor. Una iglesia sana no prioriza un ministerio por sobre el otro, pero sí cumple con cada uno de ellos.

Nadie puede decir, pensar o sugerir que no tiene parte y lugar en este proyecto. De acuerdo al lugar y al llamado que Dios te ha hecho y te ha colocado dentro de Su Cuerpo, la iglesia, podés cumplir fielmente tu tarea poniéndote a disposición de él.

El buen siervo que está a disposición de su señor obedece; no entra en cuestionamientos, no le da vueltas al asunto, simplemente se siente digno de ser un instrumento dentro del plan salvífico de Dios para el mundo. Vive en la libertad y la confianza que goza de su Señor; y lo más importante aún, cumple la voluntad de su Señor.

Un buen siervo es un excelente mayordomo de los recursos que se le han encomendado: de tiempo, de dinero, de dones y de capacidades.

Cuando entendemos la realidad que todo lo que somos y todo lo que tenemos no es nuestro, que solo somos mayordomos, todo toma otro color. El problema o el error es pensar que todo lo que soy y lo que tengo lo conseguí por mi cuenta y puedo utilizarlo a mi manera sin tener que responder a nadie por ello.

Cada cristiano es, y debe ser, un testigo y un embajador de Jesús. Pero la misión no se la puede llevar adelante en soledad y en individualidad. Es un trabajo tan grande que necesita de muchas manos unidas. Nunca vamos a ver al apóstol Pablo ni a ninguno de los primeros cristianos tan solo intentar hacerlo en soledad.

Es una tarea que requiere oración, capacitación, planificación y administración de todos y cada uno de los recursos dados por Dios a la comunidad de fe. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueron enviados...?

La secuencia del apóstol no sólo es lógica, sino que responde al pedido puesto por el Señor Jesús antes de su reencuentro con Dios Padre. El "invocar" el nombre de Dios va a ser el resultado de haber "creído" en él. Pero previamente deben "escuchar" las buenas nuevas de Jesús. Para que puedan escuchar alguien les tiene que "predicar". Y para que ese mensaje pueda ser predicado alguien tiene que "enviar" al mensajero y portador de esa gran noticia.

Todas las secciones de la misión son verbos, y valga la aclaración y redundancia, activos. El círculo completo de la misión se cumple cuando la iglesia envía a los que predican para que otros escuchen de Jesús, crean en él y le invoquen solo a él. Una vez que la persona ha tenido su encuentro personal con Jesucristo y ha nacido de nuevo, entonces comienza a ser parte de otro nuevo círculo de la gran comisión.

Este ciclo se repite vez tras vez hasta que el evangelio sea predicado a todas la naciones y juntos esperemos el regreso en gloria del Rey de reyes y Señor de señores.

Quizás como preguntas finales de la reflexión: ¿Qué grado de compromiso y de responsabilidad tengo en la proclamación del evangelio en mi vida? ¿Soy un siervo que agrada al Señor involucrándome con todos y cada uno de los recursos que él me ha dado para administrar? ¿Están mi vida, mis tiempos, mis recursos, mis sueños, mis anhelos; en comunión con el sentir del que digo es mi Señor?

Qué bueno que cada uno de nosotros pueda responder de manera afirmativa al llamado de Dios, entendiendo que estamos de paso por este mundo, que somos peregrinos, y que nuestra verdadera ciudadanía está en las regiones celestes junto al Señor. Que en cada situación de nuestras vidas podamos expresar las mismas palabras del apóstol Pablo: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida".

¡Que sea una realidad en cada uno de nosotros!

En Cristo Jesús, nuestro amado Salvador y Señor.

Rev. Daniel A. Cali

Pastor

Nov 09, 2014

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